Tras la evacuación de la población humana residente en Chaitén, un número creciente de ciudadanos comenzó a manifestar su inquietud por aquellas y aquellos residentes que quedaron atrás, bajo la gran nube de cenizas proveniente del volcán: cientos de animales domesticados, que fueron abandonados a su suerte (¿muerte?).
Cadenas por e-mail, información en páginas web e incluso colectas en universidades dan cuenta de la campaña en “ayuda de los animales de Chaitén”. Y si bien la buena voluntad y dedicación de quienes están trabajando en la campaña no se puede poner en duda, ni ser mirada en menos, creo que hay una “gran nube” entorpeciendo nuestra visión sobre este tema.
Antes de preguntarnos por qué fueron abandonados esos animales, creo que el cuestionamiento debiera ser, en primer lugar: ¿Por qué están esos animales ahí?
Y la respuesta es simple. Fueron llevados ahí por un grupo de humanos para ser utilizados/explotados ya sea como transporte (caballos), por su compañía (perros y gatos) o para convertirlos en comida (vacas). Para la mayoría de nosotros, estos animales no son más que recursos, medios para nuestros propios fines. Son considerados nuestra propiedad, cosas que podemos usar como mejor nos parezca.
Por lo mismo, no debiera sorprendernos que una vez que dejan de ser productivos o que su mantenimiento requiere un gasto mayor que el que reembolsan, sean descartados o abandonados como cualquier otra cosa o máquina.
El problema mayor (y que al parecer muy pocos visualizan) es que esto no sólo sucede en Chaitén sino en prácticamente todas las sociedades humanas contemporáneas alrededor del planeta, en las cuales los demás animales son considerados nuestra propiedad. La única diferencia es que en la mayoría de éstas, los responsables directos de la muerte de estos animales no son volcanes sino todos aquellos de nosotros que optamos por consumir productos de origen animal.
Cada vez que optamos por comprar una bandeja de huevos, no sólo pagamos por la esclavitud y explotación de cierto número de gallinas, sino también por la muerte temprana de todos los polluelos macho que son “no-productivos” para la industria, y por la posterior muerte de todas estas gallinas una vez que su productividad deja de satisfacer los estándares comerciales.
Cada vez que optamos por comprar una caja de leche o un trozo de queso, no sólo pagamos por la esclavitud y explotación de cierto número de vacas, sino también por la muerte temprana de quienes debían ser los receptores de la leche, los becerros macho que son “no-productivos” para la industria (o pasan a ser parte de la industria de la carne de ternero), y por la posterior muerte de todas estas vacas una vez que su productividad deja de satisfacer los estándares comerciales.
Ya sea para comer sus cuerpos o sus secreciones, para vestirnos con sus pelos o pieles, para divertirnos a sus expensas o para experimentar en ellas y ellos, billones de animales no-humanos son privados de libertad, explotados, torturados y asesinados simplemente porque los consideramos simples cosas cuyo único valor es el que el humano les asigna, un valor utilitario que sirve nada más que para satisfacer nuestros placeres más superficiales.